lunes, noviembre 20, 2006

El caballero del White Label

La noche permanecía tranquila. Era un día laborable. En fin, una de esas jornadas en las que tan sólo se acercaban por el bar aquéllos que salen tarde de trabajar. En su gran mayoría, gente de traje y corbata que acuden al calor del alcohol con hielos para el relajo final del día. Reuniones tardías, trabajos en horas post laborales, alguna copa después de una cena. El bar tenía la luz baja y la música no demasiado alta. El olor a tabaco se fundía con el aroma a madera de la tarima, la barra y las banquetas. Sonaban canciones elegantes ante los oídos de dos tipos en la barra y cuatro sentados en una mesa. La hora de cerrar estaba cerca, a menos de 30 minutos.

El caballero entró con gesto plomizo. Con una imagen de agobio. Perfectamente disimulado en su traje azul con camisa clara. La corbata, firmemente anudada pese a la dureza de los tiempos, lucía oscura. Ni siquiera mugió un saludo. Se sentó en el taburete, apoyó el codo derecho y con el gesto taciturno pidió un White Label. Con hielo, especificó. Mientras prendía un Marlboro, siguió con la mirada el culo de la camarera, como un gato que persigue una mosca. Agarró la copa y, mientras bebía el primer sorbo, miró su desnudo dedo anular. Aquello le recordó los días en los que tenía a alguien esperando en casa al regreso de la oficina de la caja de ahorros en la que trabajaba como director.

Aquel día, el caballero venía de cenar solo, pues no había encontrado compañía. Tomaba whisky para curar las heridas internas. Esas heridas que tardan años en cicatrizar, si es que lo hacen. Antes de cenar, sus compañeros y amigos del trabajo habían ido cogiendo el camino del hogar, quejosos por tener que aguantar a la mujer y los hijos. Él, sin embargo, pagaría por sufrir tal tortura. Curioso es cómo cambian las situaciones en función del tiempo en que uno las vive. En el presente, el pasado siempre nos parece mejor.

Cuando se vio solo, con un par de maletas de marca en el rellano, pensó que podría vivir con su madre. Pero declinó hacerlo por no tener que aguantarla. Prefería tener que aguantarse tan sólo a sí mismo.

Y ahora estaba allí. Apoyado en la barra del único bar decente que vio abierto. El whisky giraba en la copa, mecido por los giros que él dibujaba con su mano. Echó de nuevo un vistazo al culo de la camarera. Apenas escuchó la música que sonaba. Tan sólo pensaba. Mejor dicho, tan sólo hurgaba en su propia herida.

Dio el último trago. Los hielos quedaron a medio deshacer. Dejó la copa con suavidad. Y así, sin despedirse ni siquiera de ese culo que soñaba con tocar, se marchó. Con pasos melancólicos abandonó el bar. Tan sólo miró atrás para observar una tragaperras que no le motivó. Salió a la calle ignorando que allí, junto a él, estaba un joven despeinado imaginando su vida para luego contarla en un blog de internet.

2 Comments:

Blogger jorge martinez said...

Me parece estupendo el relato pues el narrador logra adentrarse en la mente de un ser conflictuado, agobiado y a punto del quiebre.

Me recordó una canción de Amaury Pérez que habla de un hombre que llega a la barra de un bar...a tratar, eso lo digo yo, de emborrachar su soledad.

Felicidades al autor, me gustan mucho sus relatos, siendo muy propios, no sé por qué, les encuentro un aire de Sabina y eso me gusta mucho.

5:01 a. m.  
Blogger chica pastiche said...

me gustó mucho. escribí más !!
salu2.

7:35 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home